Fomenta la actividad. Tras las indicaciones generales, el alumnado enseguida empieza a moverse por el aula. De la misma manera, ningún alumno/a queda fuera del juego.

Permite incluir cualquier contenido curricular en todos los retos.

Promociona la colaboración y el trabajo en equipo: El progreso se consigue a partir de una secuencia de ensayos, pruebas y errores, hasta llegar a la solución necesaria. En este proceso, se producen interacciones entre los participantes.

Se desarrolla la habilidad para resolver problemas: el alumnado toma la iniciativa, plantea sus hipótesis e intentan ejecutarlas para conseguir avanzar en el juego.

Se mejora la competencia lingüística, concretamente la competencia verbal: durante el juego los alumnos dialogan, intercambian ideas e intentan estructurar un discurso.

Se plantea retos ante los que se debe perseverar: Los juegos enseñan a insistir y entrenan a ser constantes.

Ayuda a construir el pensamiento deductivo: En un breakout se aprenden métodos generales que podrán aplicarse a nuevos casos específicos. El docente descubre un fácilmente los contenidos y mecánicas que sus alumnos llevan a cabo y puede deducir las estrategias para solucionar nuevos retos.

Los participantes aprenden a trabajar bajo presión: Los alumnos aprenden a controlar sus nervios y emociones a medida que transcurre el tiempo para resolver las pruebas.

Los alumnos son los protagonistas de su propio aprendizaje: Los estudiantes toman sus propias decisiones, mientras el docente se mantiene al margen y permite que sean ellos los que se equivoquen al avanzar.

Se puede obtener feedback muy útil sobre diferentes aspectos: el trabajo del alumnado en equipo y su participación e implicación; el dominio de los contenidos curriculares necesarios para resolver las pruebas; la adecuación de la pruebas, su duración, grado de dificultad, su flexibilidad de la actividad en caso de imprevistos, etc.